Entre las declaraciones públicas y los hechos tangibles, desgraciadamente y en demasiadas ocasiones, se constatan simas abisales.
Hace escasas fechas, el Comisario Thierry Breton, el responsable de Mercado Interior, y por tanto, de nuestra regulación sectorial, afirmó ufano en el MWC: “la regulación está obsoleta”; “son necesarias mismas reglas para todos, tanto telecos como big tech”; «Las operadoras tendrán la escala y el entorno regulatorio necesario para invertir a un nivel paneuropeo«; incluso se ha llegado a escribir que ha propuesto una ley para facilitar las grandes fusiones, favoreciendo así la financiación de las nuevas leyes.
Todo sería ideal si después de las palabras, no emergiesen los papeles. Mientras el representante de la Comisión Europea de deshacía en promesas, se hacía público el “Libro Blanco de las telecos europeas”, con el subtítulo: ¿Cómo abordar las necesidades de infraestructura digital de Europa[3]?
Su contenido sólo puede describirse así: reiterativo, conocido, conservador e indolente. Parafraseando la costumbre cinéfila: “cualquier parecido con las declaraciones de Bretón es pura coincidencia”.
Para empezar, la principal carencia de este documento de 46 páginas es que no hace ni una – ni una- mención al empleo y las personas trabajadoras. Un sector que pierde talento tecnológico en toda Europa, a razón de miles de personas por ejercicio, no pueden permitirse que sus principales dirigentes miren para otro lado. Es inmerecido e indigno. Parece que, en sus mentes, las telecos funcionan por sí solas, sin necesidad de que existan personas; quizás crean que todo es informática sin corazón. O quizás esta omisión no sea el fruto de una equivocación, sino un deseo.
Los argumentos y hallazgos del Libro Blanco son tan conocidos que hasta parece de mal gusto su reiteración. Conclusiones como que la fragmentación (se constatan 50 operadores móviles con red propia y 100 fijos en toda la UE), el menguante ARPU europeo (a causa de la citada fragmentación) y el ocaso bursátil (como si hubiese acontecido ayer, cuando deviene de décadas de abandono), son de todos conocidos desde hace décadas, y repetirlas cuan loro habla muy mal de aquellos que deberían actuar en vez de describir.
Aunque casi lo peor proviene de las propuestas, que navegan entre los incomprensible y lo imposible.
Europa propone la idea “3C Network” – “Connected Collaborative Computing”, para (sic) “fomentar una comunidad vibrante de innovadores europeos […] un ecosistema que abarca semiconductores, capacidad computacional en todo tipo de entornos en el borde y nube, tecnologías de radio, infraestructura de conectividad, gestión de datos y aplicaciones”. Como concepto maximalista e integrador no tiene reproche. Pero cuando explica cómo lo va a sustanciar, caemos en la cuenta su vacuidad: “proponiendo para su consideración en próximos programas de trabajo una serie de proyectos piloto a gran escala”. O sea, la nada absoluta. Por supuesto, las consecuencias para el empleo… ni se contemplan.
La otra propuesta que realiza la Comisión es la de armonizar el espectro europeo. Otro canto al sol que ya fue rechazado en el pasado por todos los Estados Miembros y sobre la que no encontramos razones para que no vuelva a ser denegado. La Comisión parece culpar a los países y su gestión del especto de los problemas que acucian al sector, buscando así una excusa para arrogarse esta apetitosa fuente de ingresos y poder. Dicho de otro modo, ya que todo va mal, y ya que la culpa es vuestra, dejadme a mí que gestione los únicos recursos – públicos- que generan cuantiosos ingresos. Hablar aquí de cinismo y oportunismo no es para nada forzado.
El Libro Blanco planeta más cuestiones y realiza más propuestas. Hasta bosqueja 12 escenarios posibles hasta 2030, algunos tan poco desarrollados e inconcretos que no superan un test de técnica regulatoria. Da la impresión de un ejercicio de funambulismo para ganar tiempo mientras pasan las elecciones europeas. La mejor prueba es retomar las declaraciones mencionadas al principio de este artículo: nada, absolutamente nada, de lo afirmado por el Comisario tiene su proyección en el Libro Blanco.
En conclusión: más de lo mismo en la diagnosis y vacuas propuestas. Se perpetúa la nefasta gestión regulatoria de Europa, que volveremos a pagar los trabajadores y trabajadoras de un sector abandonado a su suerte, impactado por el favoritismo hacia big tech y OMV, y que siempre, siempre, tiene como consecuencia la precarización de nuestro empleo -cuando no su destrucción-.