No parece que la sangría de destrucción de empleo iniciada por Telia a principios de año tenga visos de frenarse. Si a la escandinava le siguieron Italia, Alemania y Reino Unido, ahora pide paso EEUU; y no una operadora cualquiera, sino T-Mobile, la tercera competidora del país y que suma más de 116 millones de clientes y recauda casi 16.000 millones de euros en ingresos por servicio.
Pues bien, T-Mobile ha anunciado el despido de 5.000 trabajadores y trabajadoras, un 7% de su plantilla, a lo largo del mes de septiembre. Estas salidas serán por todo EEUU y se centrarán en roles corporativos y de perfil administrativo, aunque también habrá despidos en áreas tecnológicas. Quedan fuera de esta reestructuración aquellas personas adscritas a unidades de atención al cliente y comerciales minoristas.
Como siempre en circunstancias semejantes, los despidos se justifican por “duplicidades”, por no encajar “con las prioridades actuales de la empresa” o, simplemente, “porque los procesos están cambiando”. Según la compañía, “los despidos ayudarán a la empresa a optimizar sus operaciones”.
Las salidas se ejecutarán mediante el abono de una indemnización a tanto alzado con una bonificación de 60 días de salario.
Pero lo realmente indignante de este caso es como se llega a este punto. Si recordamos, T-Mobile se fusionó con Sprint en 2018. Cuando este hecho se produjo, T-Mobile afirmó que crearía 11.000 nuevos puestos de trabajo y que en ningún caso iba a recortar empleo. La realidad es que todo aquello era una burda mentira para que las autoridades aprobasen la fusión.
En consecuencia, las declaraciones del actual CEO, Mike Sievert, que afirma no pronosticar más despidos en un «futuro previsible» y que no tienen “ninguna intención de ser una empresa sin rostro o sin corazón”, no son más un lavado de cara hacia la opinión pública.